Cuando Hernán Cortés entró en Tenochtitlán, descubrió que los aztecas erigían torres hechas de cráneos humanos. Estos altares, llamados tzompantli, tenían un sentido religioso. Eran una representación del culto a la vida, no un rito de muerte. Eran una demostración de poder. Y Hernán Cortés solo pensaba en derribarlos.